domingo, 17 de septiembre de 2000

Rubén Szuchmacher DIRIGE, ACTUA, DA CLASES Y ES RESPONSABLE DEL FESTIVAL DEL C.C. RICARDO ROJAS Hombre mirando al teatro

Experto en festivales de vanguardia, es la cabeza visible del exitoso festival porteño. Entre sus puestas se recuerda la de Galileo Galilei. Y dice que su sueño sería hacer un espectáculo que dure siete horas.

MABEL ITZCOVIC

Rubén Szuchmacher es director del festival teatral que se está realizando actualmente en el Centro Cultural Ricardo Rojas, da clases de dirección, actuación y puesta en escena en varios talleres, dirige y a veces sube al escenario como intérprete e imparte una maestría en la Universidad de San Martín y, sin agotar la lista de sus ocupaciones cotidianas, es también asesor del teatro San Martín.

- ¿Cómo hacés para dividirte?
- Tengo una suerte de orden mental que me permite saltar de una cosa a la otra. Y la fortuna de que todo tiene que ver con lo mismo. Cuando no tengo proyectos o tareas, me resulta inquietante.

- ¿Te alcanzan las veinticuatro horas?
- También tengo clases de inglés, voy al gimnasio y a mis dos sesiones de análisis.

Se inició con la música cuando tenía seis años. Después actuaba, estudiaba piano, danza y en 1970, a los 19 años, trabajó en el equipo de La vuelta manzana, de Hugo Midón. Lo curioso es que no tuvo ninguna formación como actor con los maestros de su generación. ¿Y cuándo sintió que ahí estaba su elección?

"Teatralmente el momento más fuerte y decisivo fue en el 75, a los 24 años, cuando hice Porca miseria con Lorenzo Quinteros, Tina Serrano y la coreografía era de Marilú Marini. Ahí, para mí fue claro: quería eso", dice.

Szuchmacher considera que los momentos más importantes en su carrera fueron cuando hizo Calígula, en 1992: "Tuve la sensación clara de que era director y que no tenía que hacer esfuerzos para asumir ese rol. Y creo que me pasó algo equivalente cuando el año pasado participé en Tenebrae, en el centro experimental del Colón, el darme cuenta de que era actor".

- ¿Y si tuvieras que elegir?
- Tienen sus pros y sus contras. Sé que me gusta actuar, pero eso requiere una energía impresionante. Es como el trabajo de un deportista: hay que cuidarse en la comida, no acostarse tarde, mientras como director puedo hacer lo que quiera porque es otro tipo de exigencia.

- Una vida menos saludable.
- Son placeres diferentes. En uno estoy oculto, en otro mostrándome. Soy una persona curiosa. Soy voraz en el saber.

- ¿Qué te gustaría hacer?
- Un espectáculo muy extenso, de seis o siete horas...

- ¿Por qué creés que es importante la duración de un espectáculo?
- Es como la diferencia entre un cuento y una novela larga.

- ¿No será que querés tener a los espectadores bajo tus alas hasta el respiro final?
- Si uno lograra eso y el espectador cayera seducido, no estaría mal. Ya tuve la prueba con la dirección de Galileo Galilei en el San Martín, que con los intervalos duraba tres horas diez. Hay espectáculos de veinte minutos que a los diez quisiera que terminen y otros larguísimos que no terminaran nunca.

- Sos experto en festivales de vanguardia y algunas obras que se dieron en el Rojas tuvieron una recepción muy buena en festivales europeos. ¿A qué lo atribuis?
- Básicamente a la sorpresa que producen nuestros medios de producción. Llama la atención que exista un teatro de formato pequeño, de producción independiente, absolutamente impensable afuera.

- En cualquier otro lugar del mundo que no sean los países periféricos.
- Pero ni siquiera hay una situación así en otros países latinoamericanos. En esta ciudad existe una gran inteligencia teatral. Aquí nos encontramos con teatros de ínfima producción y gran potencialidad expresiva. En los países desarrollados les resulta casi imposible creer que esto se hizo entre gallos y medianoche y con muy poca plata.

- ¿Como cuáles?
- Cachetazo de campo o Dens in dente, que costaron mil pesos. Y que haya, al mismo tiempo, un concepto plástico y actoral y una cierta temática que resulta contemporánea. Cualquier escritura teatral en Alemania se concibe para un escenario grande, a gran escala. Y hasta por ahí se quejan de que les falta plata y tienen un millón y medio de dólares.

- Es otro sistema.
- Aquí hay por temporada cinco o seis espectáculos que valen la pena. Buenos Aires es una ciudad con una diversidad enorme y eso es también sorprendente para los europeos. Hay obras de mayor densidad, son más conceptuales. Yo creo que está dada por esa filosofía de no tener nada por lo cual el artista levanta los hombros y se dice: "Ma sí, lo hago igual". El famoso no tengo nada que perder se transforma en algo creativo.

Fuente. Clarín

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