sábado, 30 de diciembre de 2000

Balance Teatral 2000

Por IRENE BIANCHI

Los Niños Primero: es justo destacar que las producciones locales infantiles son cada año más esmeradas y variadas, no limitándose a las tradicionales vacaciones de invierno sino ofreciéndose durante todo la temporada. De lo visto, lo mejor: El Mago de Oz, deslumbrante puesta de Leo Ringer con lujoso vestuario y muy cuidadas caracterizaciones. Una Cenicienta llamada Jazmín, ágil y colorida versión del clásico de Perrault, en formato de comedia musical, dirigida por Andrea Bonafini y Leonardo Almiento.

Misterio Azul, atrapante adaptación a cargo de Olga Anzolini de un cuento de Manuel Mujica Láinez, con excelente desempeño actoral. La Abejita Aventurera, divertida propuesta del joven autor y actor Juan Pablo Parodi, que recorre el mundo a vuelo de abeja. El Jarrón de Leche, lograda comedia musical infantil, escrita y dirigida por Gastón Marioni, que cuenta con la inspirada banda sonora de Marcela Monreal. El viaje a la isla del agua mágica, bella historia de fuerte impacto visual, basada en pinturas de Paul Klee y Henri Rousseau, plasmada por la Compañía de Teatro Crudo. El plato fuerte de la temporada: el IV Festival Internacional de Títeres, organizado por P&S Artistas Asociados (Teatros Pizzicatto y El Sombrero) y La Imaginaria, con 14 elencos y un enorme abanico de propuestas que convocaron entusiastas multitudes. La joyita del Festival: el peruano Hugo Suárez con sus Cuentos Pequeños, sencillamente sublime.

El Teatro Municipal Coliseo Podestá se lució con espectáculos ya probados y taquilleros como Confesiones de mujeres de 30, Art, Todo por que rías, El Cartero, Midachi, Porteños. También bailó al son de los parches de las murgas uruguayas "Falta y Resto" y "Araca la Cana" y del potente murgón local Los Farabutes del Adoquín, y se estremeció con el atávico canto a las raíces de la actriz mapuche Luisa Calcumil, en su Es bueno mirarse en la propia sombra. No faltó Shakespeare y sus Alegres Mujeres, de la mano de Claudio Hochmn, simpático divertimento que se anima a desacralizar al genial inglés.

Los espectáculos unipersonales fueron la "vedette" de la temporada. Elena Tasisto y su Isabel sin corona, inteligente pieza de Kado Kostzer, maravillosamente interpretada por la actriz; Rita Terranova en Diario de una camarera, dirigida por Manuel Iedvabni; la etérea y sutil Olga Knipper y su Querido Chéjov; la versátil María Inés Portillo, dirigida por Hebel Sacomani, en Cerrojos, un verdadero "tour de force"; el patagónico y "consonántico" Debrik Ankudovich, y su fulminante Veneno para hormigas; la audacia e ingenio de la polifacética Roberta Castro, autora, directora e intérprete de El verdugo maloliente; el retrato del anti-héroe de Humberto Constantini, Un señor alto, rubio, de bigotes, tiernamente encarnado por Ricardo Gil Soria; y como frutilla de la torta, el imponente Tato Pavlovsky dirigido por Daniel Veronese en La muerte de Marguerite Duras, un festín.

La flamante Sala Astor Piazzolla del Teatro Argentino ofreció un interesante y muy variado ciclo de teatro de cámara. El Amante, un Harold Pinter de pura cepa, interpretado por Lorenzo Quinteros y Alejandra Rubio, dirigidos por Raúl Serrano; La secreta obscenidad de cada día, duelo actoral de los venezolanos Fermín Reyna y Dimas González en la piel de los míticos Sigmund Freud y Karl Marx; Monogamia, aguda reflexión de Marco Antonio de la Parra sobre las delicias de la vida conyugal, dirigida por Carlos Ianni, con las muy logradas y contras con las muy logradas y contrastantes actuaciones de Guido D'Albo y Roberto Municoy; La mosca blanca, otro provocativo contrapunto, a cargo de Jorge Ochoa y José María López, en una pieza escrita y dirigida por Eduardo Rovner; La Reina de la Noche, descarnada obra de Thomas Bernhard, recreada por Roberto Villanueva, en una puesta rigurosa y ascética; El espino, la duda, de Diana Amiama (1er. Premio del Concurso de Obras de Cámara de Autores Bonaerenses), dirigida por Roberto Aguirre, con una destacable labor de la joven María Victoria Moreteau en el rol protagónico, y Jugando con el General, de César Genovesi (1ra. Mención de dicho Concurso), con dirección de Daniel Dalmaroni, y un muy homogéneo desempeño actoral.

El Grupo La Gotera ofreció en su Viejo Almacén El Obrero una impactante y muy original versión de Ricardo III, dirigida por Marcelo Demarchi, en la que nada quedó librado al azar: ambientación, iluminación, música, vestuario y, fundamentalmente, una interpretación impecable. De la producción local, sin duda lo más sobresaliente de la temporada.
La Sala Discépolo cambió su fisonomía habitual para albergar La isla de los esclavos, divertida reflexión sobre el poder y sus implicancias escrita por Marivaux en el Siglo XVIII, ágilmente dirigida por Daniel Suárez Marzal, con un memorable Jorge D'Elía en el múltiple rol de presentador-relator-árbitro moderador. De la mano del mismo director, subió a escena La Dama Duende, de Calderón de la Barca, sabrosa comedia de enredos en una puesta chispeante y dinámica. Luego, un clásico de Wedekind, Despertar de Primavera, doloroso llamado de atención del autor alemán acerca de las irreparables consecuencias de los prejuicios, hipocresía, pacatería y autoritarismo de los adultos sobre los adolescentes.
Hablando de adolescentes, La Nonna mostró otra óptica en AdoleSce, que no es poco, vertiginosa pieza de Domingo de Oliveira dirigida por Lía Jelín, excelente ocasión para acercar a los "teenagers" al teatro (que no muerde).

El viejo Galpón de la Comedia de la calle 49 volvió a la vida con Circo Sueños, hermoso espectáculo ideado y dirigido por el español David Fernández Troncoso que combina armoniosamente distintas disciplinas, tales como actuación, canto, danza, acrobacia, malabarismo, y demás rutinas circenses.
El mágico ámbito de La Hermandad del Princesa ofreció un variado abanico de propuestas. Entre ellas, Detrás de las palabras, inquietante muestra de lenguajes teatrales no convencionales, bajo la coordinación de Beatriz Catani. Los actores venezolanos de La secreta obscenidad... presentaron en una única función ¿Hay tigres en el Congo? (o el SIDA no es asunto mío), formidable y provocativa reflexión sobre un tema sobre el que no se habla lo suficiente. Nora Oneto recreó el sórdido universo de Michel de Ghelderode con su versión de Escorial, contando con la visceral actuación de Juan Bozzarelli y Julián Bertoldi.
El Teatro Rambla recordó los horrores de la tortura en Imágenes Paganas, sobrecogedora visión de la crueldad de que es capaz el ser humano.
El grupo El Sabbat estrenó en el joven e hiperactivo Espacio Teatral del Juglar una suerte de siniestro aquelarre que dio en llamar Fatum, atrapante historia que nos embarca en un viaje hacia una dimensión desconocida.

La Fabriquera, sede de espectáculos de vanguardia, además de regalarnos la esperada visita de Pavlovsky, ofreció El Desmadre, pieza escrita y dirigida por Jorge Sánchez, que se sumerge en los misterios de la locura y la muerte.
En suma, una temporada rica, capaz de satisfacer los gustos más diversos.

Fuente: Diario El Día

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