viernes, 18 de julio de 2003

La leyenda de El Gran Circo

TEATRO: UN ESPECTACULO QUE CUMPLE 20 AÑOS
Es un emblema del Teatro San Martín. Lleva 662 funciones y la vieron 327.416 personas. Fue una creación del recordado Ariel Bufano.

Gaspar Zimerman
Respetable público, muy buenas tardes. Yo, don Maese Trujamán de los Caminos, director de esta extraordinaria compañía, les presento este maravilloso espectáculo. Hoy, convocados por Ariel Bufano, nos acompañan las sombras luminosas de Pepino el 88, Raffetto 40 onzas, Alejandro Scotti, Anselmi, los hermanos Rivero, los Podestá. Y todos ellos, respetable público, bajo la inmortal lona de El Gran Circo... Cuando el títere de capa azul salga mañana a escena y pronuncie estas palabras, estará empezando una nueva función de una obra que cumple 20 años y se convirtió en un clásico del teatro argentino. Será la función 662 de un espectáculo que, desde el día de su estreno (12 de marzo de 1983 en la misma sala donde se presentará ahora, la Martín Coronado del San Martín), fue visto por 327.416 espectadores: una generación de niños convertidos en padres y de padres devenidos abuelos que iniciarán a otros chicos en el ritual, para seguir agigantando la leyenda de El Gran Circo.

Al principio, El Gran Circo era El gran circo criollo y duraba más de una hora y media. "Nace a partir de inquietudes nuestras, que coincidieron con las de la dirección del teatro, en temas que se refieren a la búsqueda de nuestras raíces teatrales. Pretendemos hacer una reconstrucción no arqueológica y rendir un homenaje al circo criollo que dio origen al teatro nacional. Tomamos la misma estructura de ese circo, llamado popularmente circo de primera y segunda parte", contaba su creador, Ariel Bufano, en dos entrevistas de 1982 y 1983. En su obra, esa primera parte tenía números circenses tradicionales, con animales, acróbatas, payasos. En la segunda, se representaba Vida, padecimiento y gloria del gaucho Santos Morales, drama gauchesco inspirado en el Juan Moreira de Eduardo Gutiérrez, que se actuaba en los primeros circos criollos a fines del siglo XIX (ver Un camino...).

El proceso de investigación histórica, estudio y preparación duró un año largo: Bufano contaba que, por ejemplo, el número de la familia de trapecistas Scottoni Cañete demandó tres meses de puesta a punto. Finalmente, los preestrenos de la obra fueron el 18 y 19 de diciembre de 1982, en la fiesta anual del San Martín, y no resultaron muy alentadores. "Estuvieron llenos de accidentes. Aunque habíamos trabajado mucho el espectáculo, necesitábamos pulirlo más. Estaba mal calculado el tiempo, y cada uno duró como dos horas y media", se agarra la cabeza Adelaida Mangani, actual directora de la obra y del Grupo y Taller de Titiriteros del San Martín, entonces codirectora y encargada de darles vida a varios de los personajes. El verano sirvió para ajustar detalles y el estreno definitivo sí, fue todo un éxito.

La repercusión fue inmediata: durante el 83 se presentaron a sala llena y el espectáculo se siguió dando ininterrumpidamente durante cuatro temporadas más. En el 84 empezaron las giras: ese año El gran circo criollo viajó al Festival de Nancy, en Francia, y también se presentó en Alemania y España. El desplazamiento era casi el de un circo verdadero: en el primer viaje, los baúles con los muñecos y la escenografía pesaban tres toneladas. "Todo lo que conozco del mundo lo conozco por este espectáculo", se emociona Roberto Docampo, el único de los titiriteros del elenco actual que está en el grupo desde el estreno, y a quien la obra también lo llevó a Canadá, Puerto Rico, México,Uruguay y otros países latinoamericanos.

Después de un descanso de dos años, El valiente Goletto, Merlino el magnífico y el resto de la troupe volvieron en 1990 y 1991, los dos últimos años de Ariel Bufano al frente de sus criaturas cirqueras. Luego de la muerte de su marido, en 1992, Mangani se hizo cargo de que la función continuara. Pero con un cambio: el circo perdió su segunda parte y, con ella, la palabra "criollo" de su título. "Ariel hacía muy bien al Diablo, un personaje que se enfrentaba con Santos Morales. Y después de que él murió ya nada era igual, por más que otro lo podría haber hecho tan bien como él. Por eso decidí que se dejara de hacer esa parte. Además, lo ideal para una obra de títeres es que no dure más de setenta minutos", explica Mangani.

Ese golpe hizo entrar al circo en otro paréntesis, hasta que entre el 96 y el 98 volvió como El Gran Circo. En el 2001 y 2002 se mudó al Teatro de la Ribera, y por primera vez se presentó en Buenos Aires fuera del San Martín. Y ahora volvió a su casa para mantener el hechizo que alguna vez le endilgó Bufano: "Es una especie de maldición de la que estamos absolutamente orgullosos y agradecidos", decía en 1990. "Es que había que reponerlo, reponerlo y reponerlo. Y a él le parecía que era una obra que no podía superar, no había otro espectáculo que tuviera más éxito. Hicimos, por ejemplo, La historia de Guillermo Tell y su hijo Gualterio, pero le volvían a pedir el circo", sonríe Mangani.

Tanto ella como Docampo y Maydée Arigós —encargada del diseño de títeres, escenografía y vestuario—, los tres históricos que trabajan en la obra desde su origen, prefieren otra palabra para definirla: emblema. También elige ese sustantivo Kive Staiff, director del San Martín entonces y ahora: "El Gran Circo es un emblema de esta institución, un caso único. No hay antecedentes de una obra de semejante perdurabilidad en este teatro, y muy pocos en la escena argentina en general".

¿Cómo es posible que una obra de títeres estrenada hace 20 años siga siendo tan cautivante? Para Mangani, el secreto está en la alegría y el ida y vuelta: "Es que es una fiesta y propone la complicidad del público como un juego compartido. Todo el tiempo se está mostrando cómo son los trucos, y los títeres tienen un aspecto que interesa a la gente que no es ver qué se hace sino cómo se lo hace". Sea por la razón que fuere, el show despierta fanatismos y recuerdos en miles de porteños, a quienes pensar en El Gran Circo los retrotrae automáticamente a la infancia. Del otro lado del mostrador, Docampo también se emociona: "Es como tu barrio, en el que viviste y viste pasar un montón de gente mientras la vida transcurría. Es un espectáculo que pertenece a todo el San Martín... Todos los técnicos tuvieron algo que ver en algún momento. Y hay gente que me dice yo vine de chico y ahora vengo con mis hijos, alumnos que me cuentan yo estoy aquí porque me trajeron a ver el circo y me empezaron a gustar los títeres. Ha perdurado tanto tiempo... Lo que dice al final el presentador en la despedida es una premonición: Adiós, querido público, hasta la próxima función. Porque El Gran Circo, querido público, siempre vuelve".

Fuente: Clarín

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