jueves, 15 de abril de 2004

Un teatro con una memoria prodigiosa

Corría la década del 50 y Alejandra Boero comandaba el Nuevo Teatro, una de las primeras semillas de lo que luego fue el Lorange. "Nosotros pertenecíamos a Nuevo Teatro —cuenta Boero—, un lugar muy emblemático, en el que teníamos mucho éxito. Era una cooperativa formada por 21 personas, en la que nos reuníamos y decidíamos conjuntamente qué hacer, repartíamos el dinero que se generaba o seguíamos adelante para acercar el teatro a la gente. Comenzamos en una sala llamada Planeta, con la obra Raíces".
La actriz y directora teatral asegura que, ya en los 60, le comentaron que existía el foso del Lorange, al que los arquitectos —cuando construyeron la galería comercial— no sabían qué destino otorgarle. "La gente, en aquel momento, era muy idealista y no pensaba en su progreso personal sino en la cultura. Como el teatro siempre es una caja de resonancia del país, nos juntamos y decidimos construir ese teatro en forma cooperativa, allí en la fosa de la galería comercial".
El nombre surgió de un teatro ("bellísimo como el Odeón o el Politeama", según Boero) que se había construido en ese sitio a principios de siglo y que había sido derribado: su nombre era Apolo. De allí, la flamante sala tuvo su propia marquesina como Nuevo Teatro Apolo. El toque grupal se imprimió en sus espacios: camarines generales, una sala de estar, un escenario con una gran boca. "Todavía incluso hay una escultura en el descanso de la escalera que nos regaló un artista plástico".
Al paso de los años, la calle Corrientes comenzó a levantar otro pulso y ya no cuajaba con un teatro de carácter independiente como el Apolo. "Nos mantuvimos todo lo que pudimos pero después lo perdimos —rememora Boero—. El clima político comenzó a ponerse espeso en los 70, la mente de la gente estaba en otra cosa, nos aplastaron con impuestos. En ese tiempo, nuestra batalla era heroica". Entre las décadas del 80 y 90, el Nuevo Teatro Apolo fue alternando cine y teatro, y hasta cambió de nombre. Ahora, reabre nuevamente sus puertas, y Boero concluye: "Yo no soy pesimista: las cosas no se pierden, se transforman".

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Fuente: Clarín

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