viernes, 5 de agosto de 2005

TENDENCIAS: CRECEN LAS CASAS CONVERTIDAS EN SALAS TEATRALES La nueva moda es ir del teatro al living

Cada vez son más los actores que se atreven a disponer en lo que era su hogar, una sala teatral. Las experiencias de Oscar Ferrigno, Cristina Banegas e Inés Saavedra, entre otros.

María Ana Rago.

Para llegar hasta el living, el dormitorio o la cocina de su propia casa, en la que vive con su mujer y sus hijos, Oscar Ferrigno debe atravesar el escenario de El Piccolino, teatro de su propiedad que inauguró recientemente. "Si no hay nadie ensayando o actuando, paso por la sala, cosa que me encanta. Y si está ocupada, tengo un camino alternativo: un puente (angostito), que también me lleva hasta mi casa", dice el actor y director —hijo de Norma Aleandro—, y conduce a la cronista por esa suerte de pasadizo secreto desde el que los potenciales ocupantes de la sala pueden ser vistos, pero no ver a los que transitan por allí, gracias a los vidrios polarizados.

Las plazas, las casas particulares o el lugar menos imaginado pueden contener un escenario. Resulta curioso el fenómeno que protagonizan conocidos actores del medio, quienes transforman sus viviendas en teatros y sienten realizado el sueño del teatro propio, en casa propia. Algunos compraron una propiedad para vivir y después se mudaron a otra parte, y su antigua vivienda devino en teatro (como hizo Cristina Banegas, cuya casa fue tomada, poco a poco, por las clases de teatro, por la puesta de obras y hoy es El excéntrico de la 18, con varios estrenos en su haber). Otros, hacen convivir la casa y el teatro, delimitando más o menos los espacios. Historias hay varias; éstas son algunas de ellas.

El caso de Ferrigno es paradigmático; el mes pasado abrió las puertas de El Piccolino (Fitz Roy 2056), en el barrio de Palermo. "Yo tenía un estudio en Belgrano, donde daba clases, que ya me estaba quedando chico, y pensaba irme de ahí a otra parte. Al mismo tiempo, tenía la idea de mudarme de casa; y cuando encontré este espacio, hace dos años y medio, vi que podía juntar las dos cosas: la casa y el teatro", explica este actor y director, quien junto a su mujer, la actriz Valeria Lorca, está a cargo de la dirección de El Piccolino.

"Los dos últimos años fueron muy buenos de trabajo para mí y pude reunir el dinero necesario para hacer todo en poco tiempo." En el medio de la obra, nació su segundo hijo, Lucio. "Empezó a caminar junto con El Piccolino; cuando se inauguró la sala, Lucio dio sus primeros pasos." Su otro hijo, Iván, de 18 años, es músico y es el barman del teatro. "Es una sala atendida por sus dueños. El jefe de sala es mi suegro", dice.

"Es el sueño de mi vida", afirma. Pero para que el sueño fuera posible, hubo que cumplir con algunos requisitos. "La habilitación, post-Cromañón fue brava. Pero tuve mucho apoyo de la gente de la Secretaría de Cultura, que me ayudó con los trámites", cuenta. "Tenemos hasta baño para discapacitados", repasa. "Entre mi mujer y yo, y un buen equipo de gente que colaboró con nosotros, hicimos todo. Fue una remodelación divertida de hacer", recuerda.

Así como sus vecinos del Chacarerean Teatre (con Mauricio Dayub y Gabriel Goity a la cabeza) levantaron un teatro en el lugar en el que antes había un galpón —en Nicaragua 5565—, Oscar construyó su teatro en lo que antiguamente era un taller mecánico abandonado. "No hubo que hacer reformas de estructura, porque las paredes y el techo estaban, pero sí hubo mucho que hacer adentro. Un teatro lleva muchas cosas que no se ven: cableríos, instalaciones eléctricas adecuadas, etc. Hicimos dos camarines completos, con baño, con ducha, con aire acondicionado y calefacción... La sala también tiene aire acondicionado y calefacción. Un lujito. Para teatro chiquitito, tiene demasiado. Por eso el slogan de El Piccolino es un espacio pequeño equipado a lo grande. Hay dos consolas de luces, ochenta tachos colgados como para hacer tres puestas de iluminación sin mover un tacho y que entren y salgan los espectáculos sin mucho movimiento de luces, consola de luces computada, una de sonido de veinte canales. La cabina está muy buena", dice con orgullo.

Como todo aquel que es hijo de artistas, Ferrigno ha pasado su infancia entre bambalinas —como ahora le pasa a su pequeño Lucio—, y son muchos los teatros que conoce, chicos y grandes. Y sabe que él no es el único que ha decidido abrir una sala: la movida teatral de Buenos Aires es grande. En un panel del teatro, tiene pegada una nota en la que se anunció la apertura de El Piccolino, junto con la de Beckett Teatro (Guardia Vieja 3556), sala que cuenta con dirección artística de Miguel Guerberof.



A propósito de la proliferación de salas, dice: "Hay que tener cuidado con la precariedad, por una cuestión de seguridad. Un teatro mínimamente para su funcionamiento necesita una carga de energía grande". La programación de la sala incluye, por ahora, tres obras (una, No me dejes así, dirigida por Enrique Federman, se estrena esta noche); pero ninguna dirigida ni actuada por Ferrigno. "Hubiera sido mucho... Ser el dueño de la pelota y jugar, era demasiado. Yo sigo con la gira nacional de La señorita de Tacna —bajo su dirección, protagonizada por Aleandro—, que termina en setiembre. Puede que la llevemos a España el año que viene", anticipa.

El excéntrico de la 18 (Lerma 420) alguna vez fue la casa de Cristina Banegas y su hija, Valentina Fernández de Rosa —fruto de la relación de Banegas con Alberto Fernández de Rosa—. Cuando cada una armó su vida fuera de ese espacio ("mi mamá se volvió a casar y yo también me casé, y nos fuimos las dos", había contado Valentina a Clarín), El excéntrico pasó a ser, hace casi veinte años, el sueño cumplido del teatro propio y donde ambas dictan sus talleres.

Cuando se le pregunta a Mauricio Dayub por qué con Goity decidieron abrir una sala propia, afirma: "Yo no quería tener un teatro; yo quería crear un espacio para hacer una obra y nada más... Nuestro teatro se llama Chacarerean Teatre, porque nos gusta que suene de acá, pero parezca de afuera. Entonces está enclavado en Palermo Hollywood, que le dicen así porque hay tres productoras de televisión en el barrio".

Otro que abrió —hace ya unos años— las puertas de su casa para que entrara el público es Claudio Tolcachir, actor y director. Su teatro, Timbre 4, queda en Boedo 640. "Me mudé acá en 2001, con la idea de vivir en este lugar y al mismo tiempo, tener un espacio para ensayar y dar clases. Es un PH con tres departamentos, el último es el mío, y en los otros dos vive gente", cuenta Claudio. "Si bien ésta sigue siendo mi casa, también funciona como teatro. Todo empezó cuando armé el espectáculo Jamón del diablo: necesitábamos un lugar así y lo usamos. Estrenamos con miedo de quién iba a venir y terminamos haciendo cuatro años de funciones, hasta noviembre del año pasado", recuerda.

La sala de Timbre 4 es de 8 x 8 y para entrar a ella, hay que tocar el timbre. "El espacio se adapta para cada obra", dice Tolcachir. "Quiero hacer reformas para separar la casa del teatro, pero por ahora es sólo un proyecto", agrega.

¿Cómo es el vínculo con los vecinos?

Tolcachir: Tengo una vecina que es actriz y nos adora y otro con el que me llevo más o menos...

Cuando compraste la casa, ¿sospechabas que ibas a levantar un teatro en ese lugar?

Tolcachir: Ni imaginaba que iba a funcionar un teatro en esta casa... Pero cuando lo decidí, fui a hacer el trámite de la habilitación y, para obtenerla, tuve que reformar los baños. Esto era una fábrica de zapatos muy antigua.

El sábado 13, en Timbre 4, se estrenará La omisión de la familia Coleman, una obra del propio Tolcachir, que trata acerca de una familia viviendo al límite de la disolución, una disolución evidente pero secreta. Por la disposición que tendrá la sala para este espectáculo, podrá albergar hasta 50 personas.

Inés Saavedra está al frente de La Maravillosa. Fue su casa, la compartió con sus hijos, allí vivió por un tiempo. Ahora, desde hace más de tres años, es su teatro. La actriz, autora y directora teatral tiene su refugio, destinado a la investigación y a la puesta en escena de textos literarios. "Este ámbito da para ciertos espectáculos de cámara; está bueno porque acá la gente pierde dimensión del hecho teatral como convención y siente extrañamiento", contó Saavedra a Clarín en ocasión del último estreno en esa sala, para el cual el público se ubicaba en el patio techado, con capacidad para 35 personas, y las actrices se desplazaban por ambientes de la casa y la galería.

Otro actor que desde hace años habilita su casa como teatro es Carlos Perciavalle. En un jardín arbolado de tres hectáreas —el de su propia casa desde hace treinta años—, frente a la Laguna del Sauce, en Punta del Este, todos los veranos monta sus espectáculos. Este año hizo una particular versión de La divina comedia (de Dante Alighieri), protagonizada por él. El Teatro De la Laguna está ubicado en la ruta 12, kilómetro 8 de esa ciudad.

Ferrigno es el más nuevo en esto y cuando suena el timbre, no puede saber de antemano si son visitas, alumnos de teatro o espectadores.

¿Cómo delimitan el terreno de la casa y el del teatro?

Ferrigno: No hay invasión de uno hacia el otro. Por suerte, pudimos dividir bien los lugares. Pero si yo estoy en casa y viene alguien a ver el teatro, voy para adelante y lo atiendo. Se pone divertido. Si no tuviera una familia tan loca como la que tengo, sería bastante más complicado.

Fuente: Clarín

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