jueves, 25 de junio de 2009

La inoxidable poesía del trotamundos

Villafañe hizo del teatro de muñecos una altísima expresión artística.

TEATRO › LAS CELEBRACIONES POR EL CENTENARIO DEL GRAN JAVIER VILLAFAÑE

Los homenajes se vienen sucediendo desde hace meses, pero la fecha exacta de este miércoles sirve para abrir en el Centro Cultural de la Cooperación el sentido recuerdo de un hombre que salió al camino, rescató historias y dejó una lección de arte.

Por Hilda Cabrera

Maese Trotamundos acostumbraba presentar a su creador Maese Javier Villafañe, escritor, poeta y titiritero, recordando que había nacido en el barrio de Almagro el 24 de junio de 1909, “unos meses antes de que desembarcara en el puerto de Buenos Aires la Infanta Isabel y el cometa Halley paseara por el cielo una encendida y ondulante cola”. Trotamundos se dirigía al respetable público de damas, caballeros y niños con la seguridad de quien acompañaría siempre a quien le dio vida en 1933, año fundacional de La Andariega, el teatro de muñecos que Villafañe –primero junto al amigo y poeta Juan Pedro Ramos y después con Justiniano Orozco– llevó por ciudades y pueblos utilizando por largo tiempo una carreta. Amigos y personajes, fantasmas, sombras y hasta el diablo de una o tres colas eran protagonistas de un periplo que abarcó ciudades de América, Europa, Asia y Africa. El cargamento de La Andariega era real y fantasioso, tanto como “la vuelta manzana” del pequeño Santiago en su triciclo (itinerario narrado en La vuelta al mundo). En su camino, Villafañe supo de prohibiciones: su libro Don Juan el Zorro, editado por Claridad en 1967, fue quitado de circulación durante el gobierno de Juan Carlos Onganía, en el poder después del golpe de Estado del 28 de junio de 1966. Emigró a Venezuela, donde trabajó para la Universidad de Los Andes, cercana a la ciudad de Mérida, fundando un teatro y un taller de títeres entre 1968 y 1969.

De aquella experiencia surgieron obras con personajes tomados de la cultura popular venezolana e historias recogidas de primera mano que volcó en Los cuentos que me contaron (1970), La gallina que se volvió serpiente y otros cuentos... (1977) y Los cuentos de Oliva Torres, la Juglaresca de Los Andes (1978). En 1975 retornó por un breve período a la Argentina para visitar a su madre enferma. Desde antes había confesado a sus amigos el deseo de reinstalarse en el país, pero aquéllos lo disuadieron: eran tiempos difíciles. Permaneció en Venezuela, y allí armó sus itinerarios por América y Europa.

El hecho de que este miércoles 24 se cumplan exactos cien años de su nacimiento suma homenajes a los ya realizados este año en el país y el extranjero. El programa se inicia a las 19, en la Sala Solidaridad (2º subsuelo) del Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543) con la presentación de las Obras completas, editadas por Colihue, cuyo primer tomo, titulado Teatro para chicos (títeres y actores), ofrece un enjundioso prólogo del maestro e investigador Pablo Medina. Otros textos a presentar son Antología esencial (Atuel) y el poemario Hay que regar antes que llueva, publicado por El Suri Porfiado (el ñandú porfiado).

Se prevé una jornada con un público entusiasta ante el recuerdo del artista que consideró un derecho del grillo rechazar el ingreso del sapo angurriento y bocón a su festejo (La fiesta del grillo), y del panadero a resistir el avasallamiento del diablo de tres colas (El Panadero y el Diablo). Ese mismo día se presentará el CD Los Caminos del Gallo Pinto, con canciones musicalizadas por Coco Romero (voz y coro) junto a sus músicos. Esta grabación se inspira en el libro El Gallo Pinto (poemas, dibujos de niños y prólogo de Villafañe), cuya primera edición de 1947 deslumbró a Romero. Se proyectará además la película La Andariega del río y se inaugurará una exposición de títeres y afiches, fotografías, libros, cuadros y otros objetos.

De regreso a la Argentina en 1984, Villafañe recibió infinidad de tributos de instituciones oficiales y privadas e invitaciones a encuentros, festivales y charlas magistrales, pero sintió el llamado de España y partió nuevamente. Su producción fue incesante. Publicó Títeres de La Andariega (1936), Coplas, poemas y canciones (1938), Una ronda, un cuento y un acto para títeres (El Gallo Pinto), La maleta (1957), Don Juan el Zorro, que con el subtítulo de Vida y meditaciones de un pícaro fue reeditado por Colihue en 1988. Otros títulos de la década del ’60 fueron El gran paraguas y El Gallo Pinto, editado por La Rosa Blindada (aquel valioso proyecto cultural que nació en 1964 y sucumbió durante el régimen de Onganía), y –entre otros– Circulen, caballeros, circulen, de 1967. En los años ’80 su teatro recorrió España en una de las modalidades que se le conoció: utilizaba un lienzo sujeto a un aro, semejante por su forma a una gran pantalla de luz, y gustaba llevar sombrero, bastón y una caja colgada al cuello. Lejos quedaban la carreta, la canoa, el barco a vela y el viejo automóvil con el que recorrió ciudades y pueblos de Latinoamérica. En el exilio español trabó relación con artistas y escritores exiliados en París y regresó por un tiempo a Venezuela para partir nuevamente y afincarse en Zaragoza, renovando allí la experiencia de recoger los relatos del lugar, como Los cuentos que me contaron por los caminos de Aragón, publicado en 1990. Otro de este estilo fue Los cuentos que me contaron por el camino de don Quijote (1987), una selección de los relatos que le habían hecho los niños manchegos.

El investigador Pablo Medina rescata en la introducción del primer tomo de las Obras completas unas sentidas palabras del fallecido autor, director y titiritero Ariel Bufano referidas a su maestro: “A mí lo que siempre me maravilla en Javier –más allá de su universo particular de poesía y de sus muñecos– es su actitud de hombre. Su autenticidad. Su igualdad a sí mismo hasta la última y dolorosa instancia. Su presencia en la verdad. Su cotidianidad de mate, amor y huelga, de vino, muerte y alegría de vivir. Su inmersión sin trampas en el mundo real. Todo él”.

Cuando llegó el tiempo del descanso, Villafañe rehízo el camino y volvió a la Argentina sin por eso rechazar viajes ni encuentros. Falleció en Buenos Aires el 1º de abril de 1996, de un paro cardiorrespiratorio. Poco tiempo antes se le había otorgado el Premio Gallo, de Casa de las Américas (La Habana). Desde comienzos de 2009 se lo homenajeó de muy diversa manera, con funciones como la del grupo Titiriteros Anaraco, de Lima, reediciones españolas de sus libros, tributos en el Centro de la Cooperación y el Museo del Títere, que dirige Sarah Bianchi, y lectura de sus cuentos por la actriz Ana Padovani.

En los próximos meses se lo recordará en el Festival de títeres de Villa Regina (Río Negro), que organiza el grupo La Hormiga Circular; y en Casa de las Américas (La Habana, Cuba), con la proyección de cinco documentales sobre la vida del artista y la publicación de Diez obras para títeres. Venezuela contribuye con la edición de la obra poética de Villafañe, y en Buenos Aires habrá más homenajes en la Biblioteca Nacional y Argentores, y encuentros de difusión a cargo del poeta y escritor Juano Villafañe, director artístico del C. C. de la Cooperación Floreal Gorini. Se espera el estreno de El caballero de la mano de fuego, en el Teatro San Martín, con dirección de Daniel Spinelli; y en provincias, presentaciones de sus obras en el Festival de Títeres Manuel J. Castilla, de Salta (organizado por la Asociación Argentina de Actores) y en la gira nacional de elencos del ciclo Chocolate, de Cultura de la Nación.

Fuente: Página 12

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