lunes, 27 de julio de 2009

El invalorable encanto de los clásicos

Hair, South Pacific y Amor sin barreras

La energía y potencia que tiene esta nueva versión de Hair hace estremecer al público Foto: The New York Times

En Broadway, tres de los musicales más requeridos por el público son revivals de éxitos del pasado

Por Pablo Gorlero
Enviado especial
La Nación

NUEVA YORK.- Aunque todos los años Broadway presenta varios revivals de sus grandes musicales que hicieron historia, crisis mediante, ésta es una de las más auspiciosas temporadas para aquellas obras que han vuelto en nuevas versiones.

Conseguir entradas para Amor sin barreras ( West Side Story ) es complicado. Va cuarta en recaudaciones. Pero cerca, en sexto lugar, está la nueva versión de Hair , que está generando una legión de fanáticos y un regreso de la moda hippie, por lo menos en las inmediaciones del teatro Al Hirschfeld, en la calle 45. Por allí pueden verse colas, por la mañana, para conseguir buenas ubicaciones, y amontonamientos por la tarde, cuando llega el momento de la "lotería". Es nada menos que un sorteo que implementan también otras producciones, como Wicked y 9 to 5 , y que se volvió célebre (y tradición) en Rent , durante muchos años. Allí, un miembro de la producción sortea las dos primeras filas a 20 dólares cada entrada, un momento en el que se genera furor y expectativa. Casi todos los que se agrupan en la puerta del teatro son adolescentes o veinteañeros, lo que hace aún más llamativo este suceso que es Hair .

Se estrenó el año pasado en el ciclo Shakespeare in the Park, dirigida por Diane Paulus, y fue tan elogiada que el 29 de abril debutó en Broadway y tuvo ocho nominaciones al Tony, de las cuales ganó como mejor r evival de musical. Sin dudas, Hair es hoy uno de los mejores montajes que pueden apreciarse en la Gran Manzana.

Es una de las llamadas "obras peligrosas", ya que no tiene una estructura dramática convencional, sino que su propósito original es transmitir el mensaje del movimiento hippie. Se estrenó en 1968, por lo tanto, hoy en día, si no tuviera una resemantización adecuada resultaría anacrónica y en extremo ingenua. Pero la directora Diane Paulus recuperó el sentido de la obra que gestaron Gerome Ragni, James Rado y Galt MacDermot, y le insufló la energía necesaria a través de un equipo de intérpretes que estremecen. La historia y la política de Bush también jugaron a favor del montaje. De inmediato, los espectadores estadounidenses hacen una relectura de la guerra de Vietnam (momento en el que está situada la acción) y las recientes invasiones a Medio Oriente. Basta mirar algunos rostros enjugados en lágrimas y en las risas cómplices cuando la obra satiriza a los grandes estratos de poder, las leyes y las "obligaciones". Hair vuelve a ser un grito de rebeldía que no se vuelve infantil, sino genuino, generado en épocas en las que clamar por paz y por amor era revolucionario.

Desde el comienzo, en "Acuario", esta nueva "tribu" de hippies ficticios hacen suyo no sólo el escenario, sino todas las instalaciones del teatro. Se mueven entre la platea y el pullman irreverentes, traviesos, contestatarios, embebiendo al público de ese aire a libertad suprema e ideal que irradian el montaje y la propuesta. Paulus extrajo la potencia del mensaje, de las canciones y la sumó a una banda de rock que hace vibrar, revolear cabelleras y mover cabezas todo el tiempo. Para eso también contó con el aporte de un elenco talentosísimo. En la versión que vio este cronista, el personaje de Berger fue brillantemente interpretado por Steel Burkhardt, que hace difícil imaginar cómo podría superarlo el elogiado Will Swenson. Burkhardt tiene el brío y el talento necesario como para formar una dupla potente con Gavin Creel, en el papel de Claude, el muchacho que va a la guerra. La directora acentuó también la relación amorosa que sostienen como trío, junto con el personaje de Sheila, encarnado en forma brillante por Kacie Smith.

Paulus intentó buscarle otra potencia al final de la obra con "Deja que entre el sol". En lugar de implorar al público desde el proscenio, el elenco canta en rigurosa formación triangular y se aleja de a poco, en fila, por la platea, cantando a cappella. Casi de inmediato y con un breve saludo, vuelven al escenario e invitan a los espectadores a subir y cantar con ellos. Eso se vuelve en una gran fiesta con cientos de personas en escena cantando ese himno que pone la piel de gallina.

Entretanto, en el Lincoln Center, el teatro oficial presenta una versión nueva de South Pacific , un clásico de Richard Rodgers y Oscar Hammerstein II, de 1949, que generó un antes y un después en el teatro musical norteamericano. Está ambientada en una isla tropical del Pacífico, durante la Segunda Guerra Mundial. Allí transcurren dos historias románticas, una entre un rico francés y una enfermera, y otra entre un oficial estadounidense y una joven nativa. En 2008, ganó el Tony como mejor revival de musical, además de siete premios más. El montaje, de Bartlett Sher, no es ampuloso, sino más bien rico con poco. La imponente orquesta de 30 músicos que dirige Ted Sperling ubica en un plano protagónico la partitura de Rodgers. Y el montaje fiel, ágil y fresco de Bartlett Sher pone el acento en sus intérpretes, que sobresalen en lo vocal. Quienes más se destacan son Danny Burstein, Loreta Ables Sayre, Laura Osnes y Paulo Szot.

Fuente: La Nación

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