jueves, 30 de julio de 2009

La TV que supera al cine

NUEVAS FORMAS NARRATIVAS. Hace más de dos décadas, el crítico cultural estadounidense Neil Postman sentenció que la televisión nunca iba a tener tanto prestigio como el cine y la literatura. Ya no parece tan seguro.

En los últimos años, la producción televisiva apostó a la revisión de los grandes géneros cinematográficos, al punto de superar en calidad y complejidad narrativa a muchos largometrajes de Hollywood. ¿El resultado? Grandes series como Los Sopranos, Lost y Six feet under y una fiebre de espectadores como no se ve desde los años 60. Aquí, un recorrido por las mejores ficciones de la pantalla chica actual.

Por: Damián Damore

La producción televisiva norteamericana de la última década creó contenidos más heterogéneos y vitales que los que produjo Hollywood con sus tanques de pantalla grande en el mismo lapso. En general, la factoría del cine ha tendido tanto a lo universal –estereotipos que todos puedan reconocer fácilmente–, que de tan evidentes se volvieron casi invisibles. La franquicia se convirtió en una pieza que encaja justo en el deseo que diseñaron las grandes compañías, ya que conlleva menos riesgos económicos. El cine también se ve superado por la digitalización, el tránsito en redes cableadas contribuyó mucho con la producción televisiva: la TV digital ya es un hecho, mientras que los costos de proyección acarrean riesgos financieros cada vez más altos al cine. Se avecina una pulseada entre los distribuidores y los exhibidores para ver quién se hace cargo de esos costos. Esa ventaja la TV la aprovechó bien: la tradujo en más programas y series de calidad que nacen en montones año tras año. Con ese impulso, las cadenas ya evalúan coincidir sus estrenos en simultáneo con Latinoamérica, algo así como un prime time mundial. Hasta sus elencos cuentan con grandes estrellas de Hollywood, que ya no se conforman con actuar poco o con ponerle voces a las películas de animación. Queda claro que se da una especie de inversión en la relevancia de cada uno de estos formatos en los últimos tiempos; mientras el cine mainstream acostumbró al público a ver desparramar decorados y efectos especiales que desviaron el arte cinematográfico de sus exigencias específicas, la televisión norteamericana (tampoco hay que dejar de prestarle atención a las producciones de Inglaterra y Canadá), se renueva con ideas originales y sorprende cada vez más.

Vamos que venimos

David Chase, el autor de Los Sopranos, superó una barrera que ni David Lynch pudo sortear con la mítica serie Twin Peaks: el test screening, o la revisión semanal que las compañías comparten con los guionistas y un grupo de televidentes para apuntar sus reacciones y diagramar un guión potable. Aunque una máxima televisiva dice que ningún guionista se libera de los gustos de la audiencia, la negación de Chase de urdir el argumento con los oídos puestos en el clamor general salió bien. Así marcó –desde finales de los noventa, cuando la serie comenzó– cuales iban a ser las formas narrativas que el relato televisivo adoptaría los años siguientes. Los capítulos de Los Sopranos, por ejemplo, así como también muchos de Los Expedientes Secretos X, no respetaron el formato tradicional de 48 minutos que tenían habitualmente los capítulos de las series de una hora de duración; algunos duran menos, otros más. También se repitió la modalidad de los capítulos dobles.

De arranque feroz, en sus últimas dos temporadas Los Sopranos se entregó a un tono cadencioso. Se ha comentado mucho el final, la escena en el restaurante de Nueva Jersey (ver aparte); el propio Chase señaló en un programa de radio en 2008: "Si miran cuidadosamente el episodio final, allí está todo".

Cuando se comparan como menores a algunos productos televisivos con otros cinematográficos de factura similar –por ejemplo: El padrino vs. Los Sopranos–, ¿se discute de una guerra entre el cine y la TV? No: desde la década del 70 hasta estos días, la televisión es una fuente de ingresos importantes en la cadena de explotación de los filmes de Hollywood en la emisión por cable. Mucho menos si se tiene en cuenta que las grandes compañías dividen amablemente sus áreas de cine y TV. Entonces, ¿qué se discute?

Es notable que el relato televisivo actual exige medios de comunicación (foros, blogs, concursos, etc.) y fuentes más amplias de las que expandieron la idea de formato en los 60, años en que las series comenzaron a reunir fanáticos. El fugitivo o Misión: Imposible, en los Estados Unidos, y Los Vengadores, en Inglaterra –otro país con una rica historia en series– son buenos ejemplos de eso; décadas más tarde inspiraron a Hollywood que las adaptó al cine. Desde la Web, las series vuelven a reunir seguidores como la nueva TV Guía virtual, sitios programados que se añaden en Internet.

El sitio Wetpaint inventó una herramienta llamada TV Fandex. Mide la interacción de los usuarios con las series, independientemente del rating que tengan. La deliciosa Gossip Girl (Warner) es un cut & paste televisivo que renueva el soap-opera (el culebrón norteamericano) con sus irónicos relatos en off que desparraman las esperanzas que en el mismo tono trazaron bodrios como Amas de casa desesperadas o Sex & the City ("la felicidad no está dentro de nuestro menú", afirma un personaje masculino). Junto a la sobrevalorada Dr.House están entre las series que más debates generan en redes sociales. TV Fandex rastrea las páginas de Google, Facebook o Twitter y espía las discusiones que los cibernautas mantienen sobre sus ficciones favoritas.

Lost es otro foco. La historia de un grupo de sobrevivientes de un avión caído en una isla se disparó como un culebrón sobrenatural. Son numerosos y fervientes los seguidores: discuten en foros y reuniones sobre las infinitas tramas del programa que dirige J.J. Abrams. Si Los Sopranos es aristotélica, con su estructura clásica de construcción de relato; es decir, comienzo, desarrollo y final, Lost es heraclitana: su orden real coincide con el orden de la razón. "Un ser organizado organizándose a sí mismo", diría Kant. Lost fascina porque es un aluvión de información fragmentada. Ese flujo de libertad aforística que la serie impuso, nace de la idea de que la naturaleza diseñó gradualmente un plan previo a todos nosotros. Esa hipótesis no sólo gobierna la conciencia de cada uno de los náufragos de Lost; también la de sus fanáticos, náufragos bajo la misma ley que los personajes de la serie: que la actitud de la naturaleza es completamente diferente de la que conocemos. El canal AXN lanzó el concurso "Tu teoría Lost", un juego para compartir creencias. ¿Un adelanto para los productores sobre lo qué podría pasar en la próxima temporada?

Mientras tanto, J.J. Abrams no se queda quieto, además de filmar una nueva versión cinematográfica de Star Trek, sumó a su palmarés otra serie, Fringe (Warner), un sci-fi con un diseño de arte y gráfica cool. Fringe es parte de una nueva iniciativa de la cadena Fox conocida como Remote-Free TV: los episodios serán más largos que los de otras series y se emitirán con la mitad de anuncios y promociones del canal.

Sin luz, no hay televisión

Desde la llegada del video tape como herramienta de memoria, la televisión empezó a construir su historia en pasado y presente. Antes de eso, fue la era de la paleotelevisión; nada de lo que se emitía se grababa, de lo que se deduce que fue pura virtualidad, o mejor dicho, pura electricidad. La serie 24 (Fox) se propone como un relato de suspenso en tiempo real, el alma mater de la TV. Cada temporada son veinticuatro capítulos que representan un día completo en la CTU, una central que opera contra el terrorismo armado. Jack Bauer (Kiefer Sutherland), agente federal, es un rayo televisivo que llega a todas partes sobre la hora para evitar el desastre y anunciar la tanda. En rigor, más que ser una serie en tiempo real (artificio casi imposible en un relato como éste, que demanda varios puntos de vista y brutas elipsis), es un culto a la velocidad de la televisión, es decir, a la electricidad. En 24 la realidad virtual es más virtual que la paleotelevisión. Corte.

¿Cómo saber si de The Office (BBC) no es la edición de un panóptico que reúne imágenes de varias horas de gente trabajando dentro de una oficina? Además de contar con un actor excepcional en el papel del jefe cretino (Ricky Gervais), la serie condensa varios elementos del género más castigado de la televisión, el reality-show, con testimonios de los actores incluido. La versión norteamericana, con Steve Carrell en el papel del jefe, no tiene la acidez ni el tenor de su antecedente.

Larry David fue uno de los creadores de Seinfeld, la reina, junto a Friends, del comedy channel, un boom en la TV norteamericana de la década de los noventa. Curb Your Enthusiasm (HBO) tiene, como Seinfeld, una visión neoclásica de la historia: la preferencia de la razón por sobre el sentimiento es lo que prevalece en su corpus. La vida diaria del mismo Larry David –hombre orquesta del ciclo, ya que actúa, escribe, dirige y produce– es registrada con cámara en mano y resulta tan subjetiva (hay situaciones surrealistas) que parecemos participar de cada acción del protagonista. Curb Your Enthusiasm tal vez se reconozca en el futuro como el primer antireality de la TV. O como el lado B de Seinfeld.

Cada país tiene su forma de relato televisivo. En los EE. UU., en los 70, predominaron los policiales ( Starky & Hutch, S.W.A.T., Las calles de San Francisco); en los 80 fue el momento de las soap-opera y las familias disfuncionales ( Dallas, Dinastía, Falcon Crest; Blanco y Negro, Alf); luego se expandieron la sit-coms. Paradójicamente, en la era de la desmaterialización, aparecen los cuerpos como protagonistas de muchas series nuevas.
Smallville (Warner) es la precuela del Superman que casi todos conocimos, el hombre de acero. En la serie, el joven Clark Kent aun no descubrió todos los secretos de los poderes que le fueron concedidos y con torpeza rebota contra todos lados.

Life of mars es una policial inglesa producida por la BBC1: se emite por HBO. El estilo vintage recuerda a otro clásico inglés, Los Profesionales, que en los ochenta se vio por televisión abierta. En el primer capítulo de la primera temporada (ya anda por la segunda) de Life of mars, el inspector detective Sam Tyler (John Simm) oye en el I-pod de su 4x4 la canción homónima de David Bowie; se baja de su camioneta porque se siente mal y es atropellado por un auto. ¿Un volantazo shakesperiano? Tyler es succionado al año 1973, aunque en el ¡magazine! de su coche, que ahora es un Rover P6 de la época, la canción es la misma. Con su cabeza puesta treinta años adelante, Tyler se tritura en el ejercicio de moderar sus virtudes diarias adelantadas.

The Sarah Connor's chronicles (Warner) es el spin-off de Terminator. La serie regresa a las fuentes de las dos primeras partes de aquel filme dirigido por James Cameron (Terminator y Terminator II: El juicio final), la historia de la heroína esquivando a esa máquina asesina que quiere matar a su hijo para "asegurarse el futuro".

Con el legado del folletín y el teatro a cuestas, los procedimientos de relato de Los Tudors (People +Arts) lo acercan al típico melodrama: madres solteras, hijos bastardos, crímenes, traiciones, accidentes y enfermedades se cuelan capítulo tras capítulo. Todo resulta más atractivo pues se trata de los vericuetos entre las monarquías británicas y francesas: hay varias escenas de luchas y sexo entre cortesanos y no tanto. Producida por la Canadian Brodcasting Corporation, Los Tudors tiene como figuras principales a Jonathan Rhys-Myers (la estrella queer de Velvet Goldmine, el filme de Tood Haynes), en el papel de Enrique VIII, y a Sam Neill en el papel del cardenal Wosley, artífice de todas las decisiones apuradas que toma el rey.

Dr. House (Fox y Universal) despertó un nueva relación entre el público y los nuevos héroes de carne y hueso de la TV. A diferencia de lo que sucedía con los viejos héroes, representación de nuestros deseos más profundos, sus fans dicen amarlo pero ninguno quiere ser como él. La carga de empatía se trasladó hacia sus pacientes –nosotros, televidentes– más que a ese médico adicto al Vicodín. House (Hugh Laurie) atiende casos extremos. Es más: su castigo es hacer medicina tradicional. Con más gracia, Mental, estreno de Fox para esta temporada, se guarda momentos más simpáticos con la vida de un psiquiatra que trabaja en psiquiátrico de Los Angeles que usa su habilidad para penetrar en la mente de sus pacientes sin desestabilizar, claro, el ecosistema hospitalario.

Quédese para ver

La pantalla norteamericana sigue moviendo el tablero. El cineasta Ridley Scott acaba de estrenar por HBO y con producción de la BBC, Into the Store (con Jeremy Irons, Liam Neeson y Orlando Bloom en el reparto): un drama histórico que narra la vida del primer ministro británico, Winston Churchill, durante los años de la Segunda Guerra Mundial y los meses siguientes. La misma cadena también lanzó la segunda temporada de True blood. Se trata, atención, del nuevo trabajo de Alan Ball, el creador de Six feet under (ver aparte). La primera temporada no fue de lo mejor, pero la segunda levantó notoriamente y recogió buenas críticas de los medios estadounidenses y un pronto auge en la Web. Es un cuento gótico sobre vampiros jóvenes que han sido aceptados por la sociedad y conviven con los humanos; como en el filme Crepúsculo, pero con sangre y sexo. Sookie, una camarera de bar, tiene la habilidad de leerle los pensamientos a la gente. Y conoce a Bill, un vampiro que llegó al pueblo. En torno de una serie de metáforas sobre los derechos de los homosexuales, True blood posee un guión de hierro y frases memorables sobre las elecciones sexuales: "Leí en Hustler que todo el mundo debería tener sexo con un vampiro. Al menos una vez antes de morir", comenta un personaje. Los propios ejecutivos de HBO se sorprendieron del éxito obtenido por el programa y achicaron el plazo que separa el lanzamiento norteamericano de su difusión latinoamericana. Es la primera vez en la historia de la industria que un canal logra transmitir en la región una temporada a menos de seis meses de su estreno.

Mad Men (HBO) es otra de las series nuevas para tener en cuenta. Matthew Weiner es su productor, el mismo de Los Soprano. Con su segunda temporada en el aire en Estados Unidos y Canadá, la historia se centra en la vida de Don Draper (Jon Hamm), un alto ejecutivo de publicidad. Ubicada temporalmente en el medio de los cambios de la sociedad norteamericana en la década de los 60 –época en que el mundo fumaba sin prejuicios, como se ve acá–, el existencialismo jamás imaginó reflejar la descripción del sentido en el prime-time.

La escritura de la historia de la televisión en defensa de la TV de masas que promueve el investigador francés Dominique Wolton avala la retórica de una regenerificación y destaca las nuevas hermenéuticas individuales del consumo televisivo. No es la esencia de la televisión el punto de análisis, sino más bien las relaciones que convulsionan al público. El cuadro semiótico es la estructura de esa significación: se sostiene en la negación y en la confirmación y muestra que se mantienen los términos de un mismo eje semántico. El sociólogo y crítico cultural estadounidense Neil Postman, un seguidor de las ideas mcluhanianas , dijo hace dos décadas que la televisión nunca iba a tener tanto prestigio como el cine y la literatura, "aunque haya tanta basura de libros como para llenar el Cañón del Colorado". ¿Y ahora?

El público se fragmenta hasta reducirse o agrandarse a sus gustos personales. Habrá quien vea en Jack Bauer el conservadurismo de Donald Rumsfeld; pero otros que verán en el mismo personaje las agallas del tenista Rafael Nadal. La búsqueda de consumidores organiza a la industria y le da lógica.

Fuente: Revista Ñ

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