lunes, 7 de septiembre de 2009

Creando espacios urbanos

Por Leticia Lozano

Cuando el arte sale a la calle se vuelve colectivo. En el barrio porteño de Barracas, el artista plástico Marino Santa María intervino junto con sus vecinos las fachadas de las casas del pasaje Lanín.

uchas veces el arte queda encerrado en museos y galerías, accesible a un público pequeño. Otras veces el arte sale a la calle y se instala de distintas formas: los históricos monumentos de bronce, los edificios impactantes o aquellas piezas de planificación urbanística como puentes o arcadas. Es interesante distinguir entre esas obras que se imponen en las ciudades debido a decisiones políticas o necesidades de uso, de las que surgen espontáneamente más allá de lo formalmente establecido.

En el espacio urbano abundan las representaciones artísticas de otra índole, manifestaciones directas de la gente que, aunque sin poseer el reconocimiento de las academias, se apropian de la calle y juegan con sus sentidos; los grafitis, por ejemplo, que suelen plantear miradas críticas, visiones del mundo en colores estridentes y dibujos caricaturescos, con su lenguaje particular en ocasiones codificado.

Cuando el arte está pensado para todos y se ubica en un lugar público, los sentidos cambian. El espectador más pasivo de los museos se vuelve activo, convive con la obra, participa de la experiencia que le propone, esta es parte de su vida, de su cotidianeidad, y se convierte en un símbolo de identidad.

En los últimos años, muchos artistas han trabajado esta idea de “generar un espacio urbano alternativo que enriquezca la comunicación y la memoria colectiva de los hombres”, como los define la muralista y profesora de la Facultad de Bellas Artes de la UNLP Cristina Terzaghi en su trabajo Arte público y muralismo. Es famosa la instalación del artista húngaro Christo en el Central Park llamada Las puertas. Se realizó en el año 2004 e incluyó un montón de dinero que financió él mismo a través de la venta de las maquetas, los dibujos y los collages preparatorios del proyecto y otros trabajos anteriores. Esta envoltura efímera del parque de Nueva York se realizó con 7.400 puertas de vinilo y telas sintéticas de color azafrán que fueron recicladas al finalizar la “muestra”.

También Graziano Cecchini realizó obras de arte público que atrajeron a miles de turistas y que insumieron enormes costos económicos. La Operación Pelotita costó 20 mil euros que financió una empresa de ringtones de celulares. Cecchini lanzó 500.000 pelotitas de colores en la plaza España de Roma. Anteriormente había teñido de rojo el agua de la Fontana di Trevi jugando con la metáfora de la sangre, aunque aquí sólo tuvo que invertir en algunas latas de tinta.

Un artista muy interesante que estuvo viajando con sus trabajos vía PowerPoint en internet es el inglés Julian Beever, que dibuja con tiza en las calles y veredas de distintas ciudades figuras en 3D, generando fascinantes ilusiones ópticas a través de un método llamado anamorfosis. Beever visitó Argentina el año pasado y se situó en Cerrito y Diagonal Norte, en el centro de la ciudad de Buenos Aires, en donde diseñó una tropa de hormigas construyendo un puente con hojas, que según explicó, simbolizaba la fuerza del trabajo en comunidad.

En el barrio porteño de Barracas, el artista plástico Marino Santa María intervino casi todos los frentes de las casas de la calle Lanín. Es un auténtico ejemplo de arte público de fuerte carácter colectivo, ya que el artista, nacido y criado en ese mismo barrio, contó con la participación de sus vecinos para dar vida a la obra. Existieron reuniones vecinales para consensuar criterios y que cada uno pudiera expresar sus preferencias.

No se trata de ocupar un lugar, sino de crear espacios. El camino de los artistas contemporáneos parece ir en busca de la unión de la vida con el arte, en donde la obra esté disponible para todos en una sana interacción del ciudadano con su entorno social en un acto elevado de recuperación de lo urbano como espacio cultural de todos y para todos.

Fuente: Hoy

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