miércoles, 9 de septiembre de 2009

Leonardo Sbaraglia, entre la kermés y el capitalismo

El outsider. En Las viudas de los jueves, Sbaraglia y Gabriela Toscano construyen el matrimonio más complejo de la historia. (Foto: Patricio Pidal)

CÓMO HACER DE PROGRE FRUSTRADO CON IRONÍA

Su personaje es el único que se redime de entre la trama de ambiciosos obsesionados con la escalada social que retrata la película. Para el actor, un retrato del menemismo y su idiosincrasia.

F. Nicolini

Ahora que la rueda de prensa general terminó y el elenco de Las viudas de los jueves apuró la copa de champagne burbujeante para enfrentarse tête à tête con la hambrienta prensa del espectáculo, que con una mano sostiene el grabador y con la otra un bocadito, empieza la kermés. Cada uno de los actores se irá a algún rinconcito de este palacete –La Maison del Four Seasons– y esperará a que el periodista, notero o camarógrafo pase a su tienda. De a uno, por favor (ah, primero la tele).

Fuente: Crítica
Pero esta feria de atracciones no ofrece falsos adivinadores, freaks ni hombres lobos –en principio–, sino estrellas que no tienen más alternativa que repetirse decenas de veces: Juanita Viale insiste con que su papel fue muy complejo –y sí: su segunda película y ya le tocó el de mujer golpeada–, y de yapa cuenta que el otro día vio un documental de Borges por Encuentro y quedó encantada de que en la tele se dieran cosas así en vez de programas de chismes; Gabriela Toscano dice que Marcelo Piñeyro la llamó porque la había visto en teatro y no en Amas de casa desesperadas; Gloria Carrá, con su embarazo hermosamente enfundado en un vestido, describe cómo son estas mujeres de country y Echarri…, Echarri, el malo de la película, el trepador y ambicioso, es el codiciado: su stand tiene una cola tan pero tan larga que es casi imposible arrimarse para escuchar qué dice (seguramente, que volver a trabajar con Piñeyro es un privilegio. Sí, seguramente).

El puesto más combativo es el de Leo Sbaraglia. Acá se habla de política, del “sistema”, del capitalismo (salvaje), de la argentinidad. Muy sesudo. Y como si siguiera en sintonía con su personaje, Ronnie, el idealista de la historia, que vive en un country mantenido por su mujer pero se siente un outsider y sabe que en el mundo los niños se mueren de hambre, explica: “Yo creo que la película ilustra la Argentina del menemismo y la idiosincrasia que generó. Habla del guacho poronga que las puede todas, que es elitista, fachista, que se quiere comer el mundo”.

–Pero tu personaje es el único que se redime, ¿no?

–Sí, es la antítesis del modelo que propone el Tano (Echarri), que es el tiburón, el que está dispuesto a vender a su madre para poder seguir haciendo plata, que está dispuesto a sacar de la muerte un provecho. Ronnie, en cambio, quedó fuera, ya no es un instrumento obligado a seguir a la altura del sistema y por eso puede seguir registrando el mundo real.

–¿No te daba miedo caer en el lugar común del progre frustrado que baja línea?

–Baja línea pero está bien construido en el guión y está sostenido con la ironía. Además, se va humanizando. Todos los demás personajes chupan la sangre, y chupar la sangre es volverse inhumano, y cuando uno se vuelve inhumano con los demás, se vuelve inhumano con uno mismo y ahí se hacen actos monstruosos.

–Te escuché decir que la vida en el country es una metáfora, ¿de qué?

–En un momento, cuando el Tano le cuenta su negocio a mi personaje, Ronnie le dice: “Lo que acabás de decir es sublime, es capitalismo puro, siempre va a encontrar una manera de seguir reproduciéndose de una manera original, de una manera sórdida”. Y eso es lo que sucede en la película: hasta el último momento de su vida, el tipo tiene que construir un acto sórdido para seguir ganando dinero. Ésa es la metáfora del capitalismo puro, que además necesita de cómplices: hay que comer mierda y hacer comer mierda a los demás. Para mí, la película habla de eso.

Dice Sbaraglia y pide gancho, sólo unos minutos, para poder ir al baño.

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