domingo, 6 de septiembre de 2009

“Me preocupa el prejuicio contra la tele”

Todo cambia. Cuarenta años atrás, dice, no hubiera podido hacer teatro haciendo tevé.

GUILLERMO ARENGO, DEL UNDER A LA PANTALLA CHICA

Llegó por primera vez a la televisión como Hernán, un personaje que es toda una revelación en el exitoso unitario Tratame bien.

Mariana Mactas

Hay una ronda de gente sentada. Y en su centro un hombre que, a su turno, vence la timidez y habla al grupo. Dice acerca de sus problemas para bajar de peso, que lo llevaron ahí; cuenta de sus ataques nocturnos a la heladera. Los demás asienten. Entonces el hombre habla de su hermano, de su infancia y, de repente, se quiebra. Se produce un silencio, una cierta incomodidad pero el tipo, Hernán, se reacomoda y continúa.

La escena se vio un par de miércoles atrás en Tratame bien, el unitario de El Trece que mide un promedio de 17 puntos de rating y que, en lugar de bajar en agosto como estaba previsto, seguirá hasta fin de año. Estuvo a cargo de uno de los personajes secundarios que más creció en la historia de esta familia en descomposición formada por Sofía (Cecilia Roth) y José (Julio Chávez). Y ese rol, el del hermano de José, está en manos de Guillermo Arengo. Dramaturgo, director y actor del teatro “del margen” (hay ahora dos obras suyas en cartel, Lucidez y Una familia dentro de la nieve), Arengo se formó en las filas del Periférico de Objetos, donde llegó como fotógrafo y después de abandonar la carrera de psicología. Su participación en Tratame bien es su primera vez en la televisión y llegó por recomendación de Chávez, que lo vio en Sucio.

“Hay una idea en los lenguajes teatrales de los últimos años que tiene que ver con bajar el dosaje de representación –dice–. Se trata de no componer ni representar, no hacer ‘como que’ sino que las cosas pasen de verdad. Por eso han triunfado estos programas de gente común que se mete en una casa donde una cámara la observa las 24 horas. Hubo cierta crisis con el sistema de representación. Y Tratame bien se inscribe en la línea de que no sólo pongo la forma del llanto sino que lloro y me emociono en serio. Julio Chávez trabaja en otros lenguajes teatrales, pero es un militante de la verdad escénica que no hace ni un solo plano de taco. Él, junto a Daniel Barone y el resto del equipo, baja algo que influye mucho en las formas de actuar y pensar la actuación. Éste es el mejor equipo con el que trabajé nunca; en términos de máquina humana, el que mejor funciona.

–Ahora, mientras los críticos te destacan entre los autores de la nueva generación, vos estás deslumbrado con la tele. ¿Perdimos un dramaturgo?

–No, quiero seguir escribiendo, pero es cierto que la televisión me tiene encantado. Me gusta llevar los soportes filosóficos que están a mano en el teatro más del borde a la televisión. Pero lo que más me gusta de la tele es una cosa que llaman “se graba ensayo”: cuando gritan eso, el actor entiende que debe apuntar bien, que tiene sólo una bala y vienen diez pistoleros dispuestos a matarlo; que no hay mañana: es ahora. Y eso, para mí, que vengo de ensayar dos años una obra para que esté dos meses en cartel con quince espectadores de promedio, es un territorio nuevo. Además, la tele tiene una cosa liviana que compensa ese aire importante, solemne, del teatro de tesis social, que se hace con signos abigarrados para una pequeña élite que pueda decodificarlos, y que peca del lugar de la verdad y de la lucidez. El problema de la tele es que está muy atada a su ecuación bajo costo-alto beneficio, a lo industrial. En la tele, mamá siempre es buena, porque eso garpa; en el teatro, mamá pare hijos para matarlos.

–Vos y tu mujer, Julieta Vallina, son una pareja que viene del teatro y llega a la televisión (ella estuvo en Vidas robadas, ahora estrenó Raíces) con ganas de seguir. ¿Son bichos raros entre los teatreros que siguen con prejuicios contra la TV, o eso es cosa de otro tiempo?

–Ahora la cosa se intercambia más. En el teatro oficial de hace cuarenta años, si laburabas en la tele, no conseguías laburo. Ahora, si no laburás en la tele, no te llega nada para teatro. Eso trajo un diluyente de prejuicios: como decía Baudrillard, la verdad hay que pasársela al otro, porque si uno se queda con la verdad, se muere, te mata. Como a Hitler, que quiso estaquear la historia en un punto y se tuvo que tragar el veneno; en el medio, hizo un desastre. Pero me preocupa más el prejuicio contra la tele que la tele misma. En algunos de mis congéneres teatristas, sigo oliendo ese prejuzgamiento, piensan ‘mmm, ¿qué onda éste que se fue a trabajar con Suar?’, hay todavía una cosa despectiva que tiene que ver con ese pacto equívoco con la verdad, como si la verdad estuviera sólo en el teatro, como si tuviera dueño.

–¿Cómo te imaginás en la tele con este physique du rol, para no encasillarte y que, a partir de Hernán, te llamen para personajes con sobrepeso?

–Adelgazar, estoy pensando en eso. Seriamente.

–Y ahora, ¿cómo te llevás con el éxito y los autógrafos?

–Me divierte mucho que me miren y me toquen la bocina. Soy un narcisista tremendo, así que estoy feliz. Además, no soy un famoso ni saben mi nombre, me gritan Hernán. Ahí hay un valor agregado: para el público soy una página en blanco, juego más en el imaginario y puedo imprimir de otra manera. Tratame Bien pega en la gente porque habla de la familia disfuncional pero sin melancolías. Es un grupo de gente que tiene mil quilombos pero sigue para adelante, apostando a la familia."

Fuente: Crítica

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