lunes, 14 de septiembre de 2009

Sobre la moral y la decadencia

Un elenco heterogéneo, dirigido por Gustavo Bonamino, con hermosos trajes de Alberto Bellatti

Divinas palabras, una tragicomedia de aldea de Ramón del Valle Inclán

Divinas palabras, de Ramón del Valle Inclán, en versión de Edward Nutkiewicz. Intérpretes: Alejandra Bonetto, Guillermina de Zabaleta, José Luis Deus, Ana María Colombo, Ricardo Miguelez, Alfredo Noberasco y Jorge Noya. Escenografía y vestuario: Alberto Bellatti. Asistente: Loli Buggiano.Iluminación: Marco Pastorino. Asistencia de dirección: Albana Battellini. Puesta en escena, dirección y musicalización: Gustavo Bonamimo. En El Bardo.

Nuestra opinión: buena

"Género literario creado por Ramón del Valle Inclán, escritor español de la generación del 98, en el que se deforma la realidad, recargando sus rasgos grotescos, sometiendo a una elaboración muy personal el lenguaje coloquial y desgarrado." Esta es la definición del diccionario de la Real Academia Española para la palabra "esperpento". No se necesita nada más para definir el estilo que el poeta y dramaturgo gallego aplicó en Divinas palabras , recurso que le permitió volcar una mirada ácida y crítica de la sociedad de su época.

Esta obra, definida como tragicomedia de aldea, podría considerarse como la pieza dramática más exclamativa escrita por Valle-Inclán. Se conjugan casi todas las modalidades del "diálogo a gritos" para expresar la exclamación de júbilo, la admiración o el amor. Todos estos recursos sirven para plantear el tema de la avaricia, el afán de poseer un objeto que produzca ganancias, intensificada por la lujuria o el deseo de goce sensual, y presidida por la muerte, situaciones que laten en la decadencia moral del pueblo. Estos conceptos se mantienen en la versión que realizó Edward Nutkiewicz, a pesar de la reducción de personajes y de la síntesis de algunas escenas.

Inmorales

La sociedad que presenta la obra está descompuesta por la violencia, la indolencia y la indiferencia con que se establecen las relaciones y, para ejemplificarlo, toma como núcleo central a la familia de un sacristán, quien borracho y enceguecido de celos por los rumores de la infidelidad de su mujer, intenta abusar de su hija. Mientras tanto, la mujer explota económicamente en una feria la discapacidad, mental y física, de un sobrino que acaba de quedar huérfano.

No son los únicos dignos de ser cuestionados. Todos los personajes presentan deformaciones morales en físicos normales. Paradójicamente, las dos criaturas con cuerpos defectuosos resultan ser los más puros.

Es interesante la puesta de Gustavo Bonamino, con una atractiva resolución escénica de forma circular que le permite jugar todas las escenas ininterrumpidamente, mérito de Alberto Bellatti, también responsable del elocuente vestuario, que se complementa con la luz de Marco Pastorino para definir climas agobiantes.

Los personajes valleinclanescos son de difícil composición interna y es aquí donde el director no supo obtener de los actores una fuerte carnadura y peso dramáticos que conmuevan, a excepción de Guillermina de Zabaleta, Ana María Colombo, Jorge Noya y Ricardo Míguelez, que lograron criaturas convincentes.

Susana Freire

Fuente: La Nación

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