lunes, 7 de septiembre de 2009

Un amor potente y visceral

Leandro Tolosa y Gabo Ferro, una dupla que genera ternura teñida de belleza y de desgarro


Carlos Trunsky propone un cuento coreográfico de John Cage, con Gabo Ferro

Four walls, de John Cage, cuento coreográfico de Carlos Trunsky llamado La niña del enfermo, ¿y si la naturaleza también fuera una invención?. Con Gabo Ferro, Leandro Tolosa y María Kuhmichel. Dirección musical: Haydée Schvartz. Escenografía y vestuario: Marta Albertinazzi. Iluminación: Eli Sirlin. Coreografía y dirección: Carlos Trunsky. Producción del CETC en el Teatro del Globo, hoy, a las 17.
Nuestra opinión: muy buena

Four walls se estrenó en 1944. Entre las cuatro paredes se encerraba un drama musical bailado y coreografiado por Merce Cunningham sobre una composición para un solo de piano, en el cual se usan las teclas blancas, de John Cage. El compositor estaba viviendo un momento importante de su vida: después de una larga relación con una mujer comenzaba un vínculo amoroso y artístico con Cunningham.

En relación a la vasta producción de esta genial dupla, esta obra poco tiene que ver con las búsquedas que estas dos figuras icónicas de la vanguardia fueron desplegando. A lo sumo, aparecen bosquejadas las ideas de Cage sobre el silencio, las repeticiones y los abruptos cambios que, con el paso del tiempo, se transformarán en ejes fundacionales de sus obsesiones. De la idea de abstracción de Cunningham, ni rastros. De todo ello el coreógrafo Carlos Trunsky parece no querer hacerse cargo como si decidiera olvidarse o como si decidiera, a lo sumo, tomar datos colaterales de este entramado. El resultado final es Sobre la niña del enfermero, ¿y si la naturaleza también fuera una invención? que es, ni más ni menos, el cuentito que se inventa.

Latidos

Escénicamente, los deliberados olvidados de Trunsky abren otras puertas. Al rato de haber comenzado la propuesta, uno, como espectador, entra en el juego y hasta puede parecerle gracioso estar viendo este espectáculo de Cage y Cunninghan en una sala que solía usar Pepe Cibrián.

En términos de puesta, el talentoso coreógrafo pone a la voz de Cage (en realidad, a la gran y poseída pianista Haydée Schvartz) en lo alto del escenario como si fuera lo exponente de lo sublime, la conexión con un más allá. Abajo -al nivel de los mortales- no hay tantas poses porque no hay margen para ellas. Alguien se muere. Alguien lo cuida. Pero en medio de esa agonía se instala cierta ternura y un decidido planteo homoerótico entre el enfermero (Leandro Tolosa) y el enfermo (Gabo Ferro). Como si antes de "la visita inoportuna", como diría Copi, se entrara en una bella fluidez mientras la partitura de Cage marca los caprichosos latidos de un corazón enfermo y los abruptos silencios gritaran lo que los cuerpos no disimulan. Y todo es bello. Y todo es desgarrador. Cuando Gabo Ferro interpreta el poema, escena potente si las hay, su voz viene de las entrañas de un más allá. Y el magnífico Tolosa se convierte en su mejor guardián, en su mejor amante. En medio de ese abanico aparece una niña (María Kuhmichel) como fruto de ese amor. Y todo vuelve a fluir en esa potente y bella (neo)lógica escénica que Trunsky y todo su equipo plantean con toda naturalidad. La única pena de esta dulce historia de amor es que hoy es la última función.

Alejandro Cruz

Fuente: La Nación

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