jueves, 3 de septiembre de 2009

Una Caperucita apoyada en grandes actuaciones

Verónica Llinás, la mejor de un cuarteto sin desperdicio

Caperucita . Texto y dirección: Javier Daulte. Intérpretes: Valeria Bertuccelli, Héctor Díaz, Alejandra Flechner y Verónica Llinás. Diseño de escenografía: Alicia Leloutre. Diseño de iluminación: Gonzalo Córdova. Diseño de vestuario: Alejandra Robotti. Música original: Mauro García Barbé. Asistente de dirección: Marcelo Pozzi. En el Multiteatro. Duración: 90 minutos.
Nuestra opinión: buena

No es otra cosa que una historia de amor la que pergeñó Javier Daulte cuando decidió subir a escena a la abuela, a la madre, al lobo y a Caperucita. Amores varios, con formas diversas, desamores, amores rotos y alguno imposible. Todos feroces. El primero y el más grande, entre la abuela Elo y Silvia, la nieta. El de mamá Cora y Silvia, como hija, luce roto. Y el que se intuye imposible es el que fogonea desde las sombras, Víctor, el lobo.

La historia es sencilla -un poco menos que la del cuento infantil-, pero le sirve de excusa al dramaturgo y director para poner sobre la mesa sus juegos escénicos preferidos, en donde aparece el humor, el delirio, la magia, la angustia y la desesperación en equilibradas proporciones. La mano de Daulte tiene ese sello tan reconocible que logra que el más grande disparate se sienta como real y conmocione. En este sentido, Caperucita tiene grandes puntos de encuentro con ¿Estás ahí? , aunque no llega a la altura de esta obra que el dramaturgo escribió y dirigió en 2004.

Acá la magia, lo sobrenatural viene de manos de Víctor que es un mentalista que consigue traer los recuerdos al presente y también ver los pensamientos de quienes están en su camino, aunque no siempre logre su cometido de manipulación. Dramáticamente son justamente esos momentos los mejor logrados. La escena en la que Silvia vuelve a tener 9 años es apabullante. El trabajo interpretativo de Valeria Bertuccelli es enorme, con pocos gestos, sin grandilocuencia transmite su angustia de niña frente a una madre que no entiende, que no siente como tal.

La altura de esas situaciones hace que se extrañen cuando han pasado. Es que, por momentos, las escenas se superponen sólo como buenas ideas pero no siempre llegan al impacto que tuvo ésta, por ejemplo, y se tornan frías. Pero quedan las interpretaciones.

El trabajo de todo el elenco es tremendo. Bertuccelli pasea a su perdida Caperucita con una naturalidad que la ayuda a enfrentar las locuras ajenas como si las propias no pesaran. Alejandra Flechner, por su parte, le da a Cora los matices como para que de ser una madre que se comporta como una hija adolescente se la pueda ver, a veces, como un temible monstruo paranoico e inseguro. Héctor Díaz vuelve a acertar en su Víctor, logrando caminar por la delgada línea que separa el delirio de la tragedia. Su escena de declaración amorosa frente a la abuela de Silvia combina humor, locura y cierto grado de temor y suspenso. Está loco y es peligroso, pero eso que le pasa emociona.

Y para el final, Verónica Llinás que no es otra que Eloísa, un ser fuerte y de vital energía. Llinás se transforma en la abuela enfermiza del comienzo, en una mujer de armas tomar, más canchera y despierta -su composición va y viene en el tiempo mostrándola en distintas edades- que intenta preservar el amor y la integridad de su nieta. Verla en escena es una maravilla.

Caperucita ofrece la oportunidad de acercarse otra vez al mundo Daulte, sólo que en esta oportunidad el libro deja traslucir algunas debilidades y queda opacado frente al trabajo de los actores. Los rubros técnicos están muy bien resueltos, sobre todo la escenografía que es de una factura impecable; y allí la luz cumple un rol fundamental.

Verónica Pagés
Fuente: La Nación

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