jueves, 29 de octubre de 2009

Peteco Carabajal

Foto:María Eugenia Cerutti

La autoría es muy importante. Si elegís una canción de Atahualpa Yupanqui es muy difícil que te equivoques: la única manera de hacerlo es si se te ocurre algún arreglo exagerado que desnaturalice la canción. Pero sólo así se puede destrozar un tema de Atahualpa. Pero si no, no vas a errar nunca.

Nos estamos reencontrando con quienes hace treinta años fuimos Los Carabajal. Como bajo ese nombre hay un conjunto que está en plena vigencia y hasta sacando un disco, nosotros ahora nos vamos a llamar Carabajales. Y también estamos grabando. La idea es retornar a un sonido original: voces, guitarras, violín y bombo. Va a ser un descanso de platillos, baterías, guitarra eléctrica y teclados. Y el desafío será que, de todas formas, podamos lograr un sonido moderno.

A Mercedes Sosa la veníamos acompañando desde hace un tiempo en su despedida. Me fui de gira, volví el sábado, pasé por el sanatorio y ahí me dijeron que ya no había retorno. Me llamaron el domingo para avisarme. Y me llevé la guitarra. Yo sentí que no podía faltar la guitarra. Había mucha tristeza y todos sin poder descargar. Le pregunté a su hijo, Fabián, si podíamos hacer música, y él dijo que sí. Nos largamos despacito, con el Chango Farías Gómez, a hacer Luna tucumana. Después, sí, lloramos mucho, con todo, pudimos descargarnos. Fue una despedida como lo que somos: somos cantores, somos artistas. Más tarde, el Chango, me cargaba: "Cómo se nota que tienen experiencia en velorios ustedes".

Cuando murió mi viejo, cuando murió Carlos Saavedra, un bailarín muy compañero de mi viejo, a ellos se los despidió con música. Es una tradición. Y no sólo con música: había quien recitaba poemas, quien tocaba el violín. Hechos artísticos muy profundos, ahí, delante del difunto. Y eso ha sucedido también con Jacinto Piedra o don Sixto Palavecino, despedidas donde el hecho artístico se ha manifestado muy fuerte.

Dispongo de mucho tiempo. Me levanto tarde, como a las diez o diez y media, y ahí nomás, desde la cama, a veces estoy tocando un ratito la guitarra, aunque sea para ejercitar los dedos.

Lo de los cuadros es una pasión personal. No vendo cuadros. Alguna vez he vendido cuando apareció una persona que tenía la intención de comprar una obra mía. Le vendí un cuadro y le regalé otro, pero la verdad es que todavía en esa disciplina estoy en una etapa de aprendizaje. Le dedico mi tiempo, eso sí. Tengo todo a mano en casa y por ahí paso, veo lo que está en la tela, y me pongo a trabajar y le voy aumentando frescura a cuadros que ya están pintados. Es una práctica diaria.

Otra cosa en la que estoy metido es una novela con la historia de mi familia que se va a llamar Cien años de chacarera. Mi viejo era uno entre doce hermanos y a esta altura los Carabajal somos más de trescientos, y estamos todos bastante conectados. La idea es que la novela transcurra en la última hora de vida de mi viejo. Lo acompañé mucho cuando estaba en terapia. Y bueno, en la novela ahí estamos, los dos, tomados de la mano, y mientras sucede la despedida, él me transmite la historia.

Mi padre Carlos era un narrador increíble y siempre decía que iba a escribir la historia de la familia. Pero por su forma de ser yo sabía que no iba a hacerlo. Por momentos, yo trato de meterme como si fuese su propia memoria y en su cuerpo para escuchar esa voz.

Mi hijo Homero siempre ha estado ligado a la música. Ahora está grabando también con el grupo Carabajales. Yo lo he hecho participar, aunque sea en una estrofa de varios de mis discos. Pero nunca le metí ninguna presión ni ningún apuro. Y eso que toca la guitarra muy bien, que canta muy bien, y que está preparado para el escenario. Pero él maneja sus tiempos.

Está muy bueno, la verdad, formar parte de una familia como la mía. Una familia muy común, donde salvo el hecho de que algunos hemos sido músicos, no ha pasado nada más profundo que seguir juntos en la vida.

Fuente: ClarínJustificar a ambos lados

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