lunes, 30 de noviembre de 2009

Gilberto Gil: Ministro de la libertad

El 16 de diciembre cantará en el Gran Rex. Ahora como ex ministro de cultura de Brasil. Músico enorme y felizmente atrevido, sonrisa de un pueblo que de tanta injusticia se dice O mais grande do mundo. Por Jorge Belaunzarán

En su último show en Buenos Aires estuvo Charly García. Como público. En el 2007 que lo tenía esperando nuevo disco (final y risueñamente un Kill Gil no editado), podría hipotetizarse que el apaciguado y compenetrado García espectador buscaba explicarse cómo ese hombre que estaba arriba del escenario podía seguir tocando y cantando como lo hacía siendo Ministro de Cultura de O mais grande do mondo, Brasil. Desde el escenario del ND Ateneo, Gil inventaba una atmósfera nueva, tan nueva como en cada una de sus presentaciones, ya fuera solo a la guitarra o con una banda que le garantice sus ritmos principales: el tropicalismo, del cual se lo considera inventor junto con Caetano Veloso, Maria Bethania, los geniales Os Mutantes (conformados por Rita Lee, Sérgio Dias y Arnaldo Baptista) y Tom Zé, y el reggae. No por casualidad, dos ritmos que cambiaron la música del planeta.

The Beatles ya lo habían hecho, pero la revolución musical que haría del llamado rock un movimiento gigantesco capaz de deglutirse todo para darle nueva vida, necesitó de esas otras dos patas, cuyo sentido y fusión la vive el Londres de los primeros 70. Allí, donde se gestaría una revolución dentro de la revolución (el punk) fueron a parar Gil y Veloso, primero presos y luego expulsados de su Brasil natal por la dictadura surgida en 1964, a la que no le gustaba ni su música ni sus letras, y mucho menos su explosión de libertad.

Así como García difícilmente encontró alguna respuesta aquella noche, Gil la tuvo para resolver el problema de la cultura desde su cargo como ministro. Le dio cinco años al gobierno de Lula, quien más de una vez lo tuvo que convencer que continúe. La primera, por una ley de cine que provocó furias desconocidas hasta el momento en el campo cultural. Pero no se fue del puesto por no haber podido llevar la partida de su Ministerio al uno por ciento del presupuesto. Fue más simple: luego de operarle las cuerdas vocales, el cirujano Jacob Kligerman le aconsejó no continuar en el cargo; "reserve su voz para su arte, tan apreciado en el mundo", le dijo a quien se estaba arruinando la voz por hablar continuamente en público. Lula entendió, y el negro oriundo del interior pobre de Bahía respiró más tranquilo, y le agradeció al ex delegado metalúrgico haberlo hecho formar parte de un "proceso de transformación de la vida brasileña".

Quizás García fue a buscar en Gil la lucidez para seguir a la vanguardia, para estar cerca de la revolución: sólo a partir de mirarse en el otro es posible descubrirse a sí mismo. Ese mismo año Gil, en su gira europea, arengó al público a que siguieran conciertos en tiempo real desde su página Web y a los que estaban en vivo a que sacaran fotos y grabaran: "defiendo que el público experimente y se apropie totalmente de las posibilidades que ofrecen las tecnologías. Los límites tendrán que ser establecidos tras un amplio debate democrático". Y advierte al pueblo: "Todavía no sabemos hasta qué punto los individuos van a abdicar de su derecho al uso pleno de esas tecnologías y concederlo a las corporaciones".

Será por esas dudas que guarda que con una amplia y blanca sonrisa en los labios diga que “envejecer es bueno desde el punto de vista del alma y complicado desde el punto de vista del cuerpo”, porque “el alma vieja es cada vez más sabia y menos poderosa, y eso da un equilibrio fantástico”. Acaso García entendió más tarde que “en cambio el cuerpo tiene los problemas de la decadencia; unos se rebelan y otros, como yo, intentan adaptarse: alimentación, gimnasia, respiración...".

Fuente: Asterisco

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