sábado, 28 de noviembre de 2009

Sobre la infidelidad y los géneros

Una obra del siglo XVIII, que vuelve con aires frescos e ímpetu juvenil

La disputa, de Marivaux. Elenco: Daniela Nirenberg, Sebastián Ziliotto, Alberto Figoli, Sonia Martínez, Cecilia Kassabchi, Santiago Dinelli, Gabriela Pastor, Diego Acosta, Guillermo Weiss y Melisa Santero. Vestuario: María José Duggan. Maquillaje: Guillermina Guardia. Luces: Omar Possemato. Escenografía y dirección: Sebastián Kalt. En el Teatro del Sur, Venezuela 2255, los domingos a las 20. Duración: 90 minutos.
Nuestra opinión: buena

Despojado de los firuletes rococó con que se lo ha representado tradicionalmente, el teatro de Pierre Carlet de Chamblain de Marivaux (1688-1763) muestra hoy su vigorosa musculatura y su sólido esqueleto. Fue el dramaturgo francés más resonante en la primera mitad del siglo XVIII, junto con Voltaire. Los enciclopedistas lo consideraron un autor menor, y ese calificativo -que relegó a Marivaux al limitado ejercicio de una galantería ingeniosa, pródiga en mohines y reverencias- perduró hasta que, desde 1950, comenzó a ser rehabilitado por los grandes directores de su país: Vitez, Vilar, Planchon, Chéreau. En su Historia de la literatura francesa , Emile Faguet lo define como "el pintor del amor naciente, que se ignora aún, o que se descubre y se interroga, y que se desarrolla al interrogarse y crece al definirse".

La trama de La disputa (estrenada en 1744) se anticipa en casi medio siglo a Così Fan Tutte (1790), la ópera de Mozart sobre libreto de Da Ponte, desde la visión de la inconstancia femenina. Ambos libretos coinciden en el género: el cuento moral, tan caro a Voltaire y cuyos ecos alcanzarían, a fines del XVIII, a Laclos ( Las relaciones peligrosas ) y al marqués de Sade. Aquí se trata de una pareja noble que asiste, desde un escondite, al encuentro de dos pares de adolescentes que, por capricho de un déspota ilustrado, fueron criados cada uno en total aislamiento de sus congéneres y del mundo todo, salvo el matrimonio de criados que los atiende.

El propósito es determinar cuál de los dos sexos, en el alba de la humanidad, empezó por ser infiel al otro, y en qué medida la mujer es la más frágil depositaria de un amor constante. Las mutuas revelaciones empiezan por ser insólitas y divertidas, hasta que poco a poco evolucionan, de la inocencia y la ingenuidad, hacia el drama y hasta un atisbo de tragedia.

Es ingenioso el enfoque del director Sebastián Kalt, quien potencia la carga sexual que en el original es implícita y acá se vuelve muy explícita y acentúa lo que de cruel y perverso (son sus palabras en el programa de mano) abriga el experimento. La juventud de los intérpretes (salvo los maduros criados) coincide con la de los protagonistas, pero su notable destreza acrobática supera, de lejos, a la vocal. Esta carencia, la morosidad del comienzo y el abuso de un recurso inexplicable (risas y aplausos grabados, como los que tanto molestan en las comedias norteamericanas de televisión, Friends, Seinfeld y compañía), conspiran contra el resultado final. Pero sería injusto no reconocer el entusiasmo del elenco y la oportunidad que se nos brinda de conocer un texto valioso.

Ernesto Schoo
Fuente: La Nación

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